jueves, 3 de octubre de 2013

Número dos.

Despertó, y los aullidos del viento la hicieron darse cuenta de que seguía allí, en su playa.
Cogió el móvil y, después de fallar varias veces la contraseña y sin activar el 3G, se dispuso a enviar un mensaje.
Buscó su número en la agenda y tecleó tres letras “ven”, le dio al enviar y allí fue.
No lo despertó, Alice sabía que él ya lo estaba y que entendería el mensaje, la conocía demasiado bien. Llegó pasados diez minutos, había venido corriendo y eso se le notaba en la agitada respiración. La acogió entre sus brazos mientras intentaba que su corazón fuera a ritmo normal.
No hablaron durante el trayecto. Ella cogió la mano de él y la cobijo, junto a la suya, en su bolsillo.
Jon estaba tiritando, con las prisas no se había acordado de coger una chaqueta y el viento frío de la noche no ayudaba.
“Hemos llegado” dijo Alice como si él no se hubiera dado cuenta.
Ambos sabían que los padres de ella no estarían en casa durante todo el fin de semana y no se asombraron cuando, al encender la luz, encontraron una nota sobre la mesa que pedía “cuida de la casa, besos papá y mamá” junto a un billete de cien euros.
La familia de Alice siempre habían tenido mucho dinero pero eso nunca la había hecho más feliz.
Mientras ella preparaba el lugar donde dormirían y cogía ropa abrigosa; él entró en la cocina, llenó dos tazones de cereales y cortó dos manzanas rojas.
“Buenas noches, Jon” dijo Alice, mientras él ya se adentraba en el mundo de los sueños.
                       



lunes, 30 de septiembre de 2013

Número uno.

Aquella tarde Alice se encontraba cansada y no quiso quedar con sus amigos. Mintió a sus padres diciéndoles que llegaba tarde a su cita con Jon, su mejor amigo, para que no la vieran marchar, con aquellos lagrimones cayendo de sus ojos.
Corrió a aquella playa, "su playa" como solía decir de niña, y se sentó sobre las rocas.
Se puso los cascos con música para no oir el viento, ni sus sollozos. Sonaba Cophenague de Vetusta Morla y se puso a llorar con una sonrisa en la cara, aquella canción le traía demasiados recuerdos.
Desconectó el 3G de su móvil para que no llegaran más mensajes al Whats App, ese momento era sólo suyo.
Puso la canción en repetición y, mientras se descalzaba, pensó en que aquellos zapatos ya le quedaban pequeños y en que pronto compraría unas botas porque estaba llegando el invierno.
Las lágrimas caían cada vez menos y las últimas descendían lentamente, lo que le hacía cosquillas. Cuando sonreía se le colaban por las comisuras de su pequeña boca.
Se acordó del motivo de su paseo a la playa y se preguntó, ¿por qué todo lo malo me pasa a mi? ¿Por qué el universo la toma siempre conmigo?
Ya en el colegio no era popular, no lo había buscado; nadie se acercaba a ella y, cuando lo intentaban ella les helaba con la mirada.
Sus ojos, verdes, siempre estaban tristes y nadie lo notaba.
Nadie la comprendía, salvo Jon.

Se acordó de aquel primer día del primer curso de instituto todas las niñas corrientes estaban eufóricas, chillando y haciéndose amigas. Vestidas con la ropa que habían buscado durante todo el verano para estrenar dicho día.
Ella iba con unos vaqueros azul oscuro y resaltaba, cosa que no buscaba, entre aquel mar de niñas con vestidos y brillo en los labios.
Los sentaron por orden de lista.
"Pobre chico" se lamentaban las compañeras de primaria de la niña, "le ha tocado con la rara."
Él se sentó, presentándose con una sonrisa en la boca. Alice se limitó a contestarle "he venido aquí por obligación, haz como los demás, limítate a fingir que no existo."
Jon estuvo toda la mañana callado, pensando en las palabras de aquella niña de ojos verdes y carmín rojo en los labios.
Llegó a casa después de caminar un cuarto de hora, cansada, se metió en su cuarto, dejó las cosas y fue a poner la mesa. Quería que sus padres comieran deprisa y se marcharan a trabajar cuanto antes; siempre se quedaba en casa sola por las tardes y le encantaba.
Eran las cinco y media de la tarde, las campanas de la iglesia que había al lado de su casa acababan de anunciarlo; sonó el timbre.
Alice se sobresaltó, estaba en su cuarto, dibujando y estaba sola en casa pero no fue eso lo que la asustó. Nadie llegaba a casa hasta las nueve. ¿Quién llamaba?
Decidió no ir a abrir hasta que oyó una voz que decía "se que estás ahí, me han dicho que nunca sales por la tarde."
Se levantó preguntándose a si misma de quién sería aquella voz que ella creía conocer. Y lo conocía, pero sólo se dió cuenta al abrir la puerta.
Jon. Su compañero de mesa. ¿Cómo había llegado hasta su casa? ¿Por qué la buscaba?
"Alice, ¿estás bien? ¿Te has quedado helada? ¿Estás bien?" decía Jon preocupado.
Soy de hielo, pensó, y dijo "Sí, si, estoy bien."
Le miró a los ojos, dispuesta a preguntarle por el motivo de su visita y se quedó paralizada.
Alice siempre soñaba con un lobo en su cumpleaños, un lobo con un ojo de cada color. Como Jon.
Él susurro "confía en mi, te necesito" y ella respondió con un simple "pasa".